El DI y la resistencia libertaria contra el franquismo


por Polémica 
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Octavio ALBEROLA
Por razones generalmente partidistas, la resistencia libertaria contra el franquismo ha sido frecuentemente olvidada en la historiografía del antifranquismo. Pero este «olvido» es aún más notorio en el caso de la resistencia libertaria de los años sesenta, por ser en esos años cuando los libertarios intentaron organizar y poner en marcha su proyecto resistencial más consecuente, el DI (Defensa Interior), y cuando sus acciones obtuvieron mayor repercusión internacional.
Efectivamente, al reactualizar la lucha activa contra el franquismo y la presencia del anarquismo, el DI fue el blanco de todos los que, inclusive entre los libertarios, no veían con buenos ojos una reactualización que ponía en evidencia su inmovilismo o que contrariaba sus planes y objetivos políticos.
No es de extrañar pues que coincidieran tantos intereses en ocultar la historia del DI y que por ello ésta sea hoy en día, hasta en los propios medios libertarios, tan poco conocida. Un desconocimiento que, gracias a la reactualización del caso Granado-Delgado en el marco del actual proceso de recuperación de la memoria histórica, está comenzando a ser paliado. No sólo porque al hablar de este caso se ha tenido necesariamente que hablar del DI, sino también porque las nuevas generaciones de militantes y de historiadores están demostrando un gran interés por descubrir la resistencia libertaria de esos años, que tantos intereses coincidieron en ocultarla.
Este interés exige pues un deber de información de parte de los que podemos aportarla. Y esto es lo que me han pedido hacer hoy aquí; pero, antes de hacerlo me parece necesario hacer algunas puntualizaciones sobre el franquismo y el antifranquismo, desde el final de la guerra hasta 1960.
El franquismo
Con el pretexto de restablecer el orden, los militares facciosos se sublevan en 1936 contra el gobierno de la Segunda República. La sublevación triunfa en algunas zonas del país; pero en otras, gracias a la reacción popular, la sublevación fracasa y comienza la llamada Guerra Civil.
Franco es uno de los generales comprometidos en la conspiración y uno de los primeros en sublevarse; pero es gracias a una serie de circunstancias (Sanjurjo muere en un accidente de aviación al regresar a España y Mola encuentra muchas dificultades en el norte) que consigue ser nombrado Generalísimo de los Ejércitos y Jefe del Gobierno faccioso por la Junta militar reunida en Salamanca. Y así es como, tras apartar a los jefes históricos del alzamiento y «unificar» la masa de militantes y dirigentes fascistas en un partido único, Franco consigue ser, además de Jefe del Estado, el Jefe Nacional de Falange Española Tradicionalista y de la JONS y el supremo Caudillo del Movimiento. Por eso, al terminar la guerra, logra asumir ―«en su entera plenitud» y con el título de «Caudillo de España por la gracia de Dios»― la absoluta autoridad de ese «Estado nuevo» que, hasta el fin, será un «reino sin Rey» y en todo momento una feroz y brutal dictadura castrense.
El franquismo, ese régimen que dura hasta la muerte de Franco, no es otra cosa que la alianza tradicional entre caciques, curas y militares, aunque adaptándose a los aires de la época, adopta el ropaje y el ceremonial fascistas de la Falange. Ésta, que se considera el tercer pilar del Régimen, copia y trata de imponer la ideología totalitaria de los fascismos europeos; pero, ya desde el comienzo de la Guerra Civil, el Ejército, la Iglesia y la Derecha reaccionaria, que son los verdaderos poderes que configuran el franquismo, ven en la Falange un aliado circunstancial, pero embarazoso para sus planes. Por ello, a partir de 1943, tras los desastres militares de Mussolini y su arresto por orden del rey Víctor Manuel III, comienza la desfalangización del país y el franquismo aparece como lo que realmente es: una dictadura reaccionaria, militar y clerical.
El objetivo de estos poderes es simplemente imponer una dictadura que garantice sus privilegios, una dictadura dispuesta a reprimir toda forma de protesta popular, intransigente e implacable con los sectores sociales que habían querido reformar la sociedad española y más aún con los que habían intentado transformarla revolucionariamente.
El franquismo no sólo es un régimen que no reconoce ninguna de las libertades fundamentales (de reunión, de organización y de expresión), sino un régimen inquisitorial, implacable en la vindicta y en la represión de todos cuantos se atreven a reclamar esas libertades. Entre 1939 y 1944, la represión franquista alcanza sus niveles más altos de brutalidad y las víctimas se cuentan en cientos de miles. Sólo cuando sus padrinos Hitler y Mussolini son derrotados, Franco hace una «pausa» en su política represiva; pero esta «pausa» es corta, no dura más que el tiempo necesario para que el Caudillo pulse el sentir de los Aliados sobre la continuidad de su régimen. Después, a medida que las connivencias de las Potencias «democráticas» con Franco aumentan y se esfuma la posibilidad de su derrocamiento, el franquismo vuelve a ser esencial y brutalmente represivo.
El antifranquismo
Al terminar la guerra, con la victoria franquista, la mayoría de los vencidos acepta e interioriza la derrota; pero los hay que deciden resistir y proseguir el combate contra el franquismo por las armas. Más tarde, tras la derrota del nazifascismo, otros ―confiando en el respaldo de las democracias vencedoras― deciden dedicar sus esfuerzos a la constitución, en España y en el exilio, de una «oposición política» para «luchar» contra Franco en las Cancillerías y esperar...
El antifranquismo institucional
Esta Oposición espera el milagro, la caída de Franco, gracias a la buena voluntad de las Grandes Potencias. Pero no sólo las Democracias no provocan la caída de Franco, sino que ni siquiera hacen evolucionar al franquismo hacia posiciones menos intransigentes, más conciliantes. Al contrario, las Democracias pasan, poco a poco, de una condena más o menos formal a un reconocimiento, de más en más oficial, del régimen franquista. Por eso el tan esperado milagro acaba en una amarga decepción.
La historia de esta derrota es aleccionadora
Comienza con triunfos aparentes: en 1945, con la Declaracion de la ONU condenado el régimen franquista, y en 1946, con la Nota tripartita propugnando la ruptura de relaciones con el régimen de Franco. Pero estos «triunfos» tienen efectos más bien negativos, ya que relanzan la polémica sobre la acción armada, dividiendo al antifranquismo y reduciendo el apoyo a los grupos resistenciales. En 1948, España y Francia normalizan sus relaciones y otros muchos países envían sus embajadores a Madrid. Y a partir de 1949, con el pretexto del expansionismo soviético, termina prácticamente ―aunque no oficialmente― el aislamiento internacional del régimen franquista. Las Democracias occidentales siguen entonces propiciando el ingreso de la España franquista en las Organizaciones internacionales del llamado «mundo libre», y en 1950, a pesar de que , desde hace mucho tiempo, abroga la Declaración de San Francisco de 1945 y deja libre el camino a Franco para conseguir el pleno reconocimiento internacional para su Régimen.
Esta decisión es un verdadero mazazo para el antifranquismo en general; pero particularmente para aquellos sectores que han puesto todas sus energías y esperanzas en conseguir el aislamiento internacional del régimen franquista. No sólo no lo han conseguido sino que han hecho perder el tiempo en absurdas conjeturas sobre el «posfranquismo» y en quiméricas negociaciones para prepararlo, lo que ha facilitado los designios de continuidad del Régimen.
Pese a este fracaso, el antifranquismo institucional no cambia de estrategia y se resigna a seguir en una oposición puramente simbólica... Y así pasan los años hasta que, en 1975, el franquismo ―en tanto que Régimen― acaba al morir Franco. Entonces, los prohombres de este antifranquismo institucional se prestan a garantizar a los poderes fácticos su continuidad y privilegios a través de una «transición» sin ruptura. Una «transición» que es un simple cambio de fachada institucional para transformar la Dictadura en Democracia, pero sin restauración de la República. De ahí que los herederos del franquismo la acepten tan fácilmente, puesto que saben, desde hace mucho tiempo, que el franquismo es un anacronismo político y que la «transición» consagra la continuidad de los poderes fácticos y el capitalismo en todo su esplendor.
El antifranquismo resistencial
Durante todos esos años, los que han decidido resistir al franquismo por las armas, son conscientes de que no es en el terreno político o en el diplomático que Franco puede perder el Poder. Están convencidos de que las Democracias acabarán acomodándose con la dictadura franquista; pero saben que el descontento popular es enorme y que al Régimen le preocupa la continuidad de las acciones resistenciales, porque éstas pueden hacer perder el miedo a la población y el descontento popular transformarse en insurrección.
Las instancias dirigentes de la oposición política también lo saben; pero siguen afirmando que no hay otra alternativa que la «solución pacífica del problema español». La esperanza de obtener un día el respaldo de las Democracias occidentales les impide ver la realidad, y ni siquiera la brutalidad y la persistencia de la represión franquista les hacen reflexionar y reconsiderar tan quimérica y desmovilizadora actitud. Su resignación y capitulación son tales que, al considerar inoportuno todo cuanto «molesta» a las Democracias victoriosas, llegan incluso a condenar las acciones resistenciales.
Es verdad que los primeros años son terribles para el antifascismo en España, en Europa y en otras partes del mundo. No sólo el totalitarismo nazifascista está a punto de imponer su dominación planetaria, sino que, en España, la represión es masiva y brutal: se denuncia, se detiene, se depura, se tortura y se fusila. Por todas partes, pero sobre todo en la zona que fue republicana, se maltrata y se humilla a la gente del pueblo simplemente por suponer que sigue siendo republicana. Esta represión, tiene una dimensión diferente a la que se ha ejercido ya en la zona nacionalista con el pretexto del «terror rojo» (los miembros del clero, militares, falangistas y ricachones fusilados en la zona republicana durante los primeros meses de la Guerra), y no ce cifra en miles sino en cientos de miles.
No es de extrañar pues que, destrozados por los tres años de guerra, por la cruel e implacable represión y por la desunión y la indecisión combativa de las organizaciones antifranquistas, el derrotismo se extienda entre los vencidos. De ahí el aislamiento y el abandono en que se encuentran, en los primeros años de la posguerra, los grupos resistenciales: tanto los que se han quedado en España para continuar el combate guerrillero en las sierras, como los que han entrado para crear grupos de guerrilla urbana en diferentes ciudades y responder, golpe por golpe, a la represión.
No obstante, y pese a esta difícil situación, estos núcleos guerrilleros ―constituidos de ex combatientes republicanos (socialistas, comunistas y anarquistas)― tratan de mantenerse en España. Y cuando el sur de Francia es liberado, el Partido Comunista Español crea la Agrupación de Guerrilleros Españoles (AGE), comenzando, el 19 de octubre de 1944, una expedición guerrillera (compuesta de unos 3.000 milicianos) por el Valle de Arán. Esta expedición acaba, diez días después, en una estrepitosa retirada. Por su parte, los republicanos también se han proclamado partidarios de la lucha armada contra Franco, creando, ese mismo año, la Agrupación Militar Republicana Española (AMRE) y la Acción de Fuerzas Armadas de la República Española (AFARE); pero ninguna de las dos llega a protagonizar ni siquiera una tentativa de acción armada.
Entre 1945 y 1949, la polémica en torno a la «lucha armada», que «moviliza» la atención de todas las fuerzas de la Oposición, es perjudicial para los grupos resistenciales. Sólo algunos grupos, integrados por comunistas o por libertarios, continúan las acciones de resistencia; pero casi exclusivamente en Cataluña. Después, y hasta comienzos de los años sesenta, los grupos que continúan el combate en España son verdaderamente residuales. Lo que aún puede llamarse resistencia armada está reducida a las acciones esporádicas de algunos de los grupos de acción anarquistas que la policía franquista no ha logrado exterminar. Casi todos estos grupos provienen del exilio en Francia y están compuestos por militantes de las juventudes libertarias y de la fracción «apolítica» de la CNT; pero en pocas ocasiones cuentan con un verdadero apoyo orgánico.
La lista de militantes anarquistas que sucumben bajo las balas de la policía franquista es, durante este periodo, larguísima. De ella cabe destacar los nombres de los considerados como los más irreductibles: José Luis Facerías y Francisco Sabater Llopart (El Quico). El primero, abatido en una emboscada el 30 de agosto de 1957 en Barcelona, combatía desde hacía veinte años contra el franquismo. El segundo, herido en la madrugada del 4 de enero de 1960 en un combate en el que mueren cuatro compañeros suyos, es finalmente abatido el día siguiente en San Celoni tras veinticuatro años de combatir armas en la mano al franquismo.
Este episodio causa gran sensación en España y Francia «por ser una pervivencia de los viejos esquemas resistenciales», y, de cierta manera, pone punto final a una etapa, de la resistencia antifranquista, en la que el protagonismo resistencial ha estado principalmente a cargo de los grupos de acción anarquistas. Y ello porque los comunistas han optado, a partir de 1948, por el abandono de la lucha armada, la liquidación de los últimos focos guerrilleros y la estrategia de infiltración en las organizaciones de masas del franquismo. Y también porque la oposición política clásica sigue conformándose en ser únicamente espectadora...
La resistencia de los años sesenta y el DI
Cuando en 1960 Sabater decide volver a España han caído las dictaduras de Pérez Jiménez, en Venezuela, y la de Batista, en Cuba, despertado nuevas esperanzas en el seno de la oposición antifranquista, del interior y del exilio. En España se ha creado el Frente de Liberación Popular (FLP), que se presenta como «frente antifranquista y organización revolucionaria». En México, los jóvenes comunistas, socialistas, republicanos y libertarios crean el Movimiento Español 59 (ME 59) y algunos cenetistas, socialistas y republicanos fundan, al margen de sus organizaciones, la Acción de Liberación Española (ALE), exigiendo la unión y la acción. En Francia, los exiliados también despiertan de su letargo y, principalmente, entre los libertarios comienzan a replantearse proyectos de acción. Fruto de estas preocupaciones surge el Movimiento Popular de Resistencia (MPR), con posiciones y propósitos unitarios y combativos.
Apenas transcurrido poco más de un mes de la muerte de Sabater, el 18 de febrero, estallan en Madrid dos bombas y otras tres son encontradas sin estallar. El recientemente creado Directorio Revolucionario Ibérico de Liberación (DRIL) reivindica estas acciones. La policía detiene y acusa a Antonio Abad Donoso de ser uno de sus miembros. Abad es ejecutado en la madrugada del 8 de marzo de 1960.
Han pasado ya más de veinte años desde que el franquismo celebró su Victoria, y si bien la sociedad española ha cambiado sociológicamente, políticamente no ha habido ningún cambio substancial. Se habla mucho de «liberalización»; pero el Régimen sigue impermeable a toda idea de apertura ―por mínima que ésta sea― en el terreno político y en el social. Sólo se «liberaliza» la economía, y por ello las protestas populares resurgen a partir de 1960. Para desalentar toda veleidad de resistencia, Franco hace promulgar, el 26 de septiembre de 1960, un decreto endureciendo aún más la represión.
A principios de 1961, en la noche del 21 al 22 de enero, el DRIL despierta una inmensa oleada de entusiasmo al apoderarse del trasatlántico portugués Santa María y recordar al mundo la existencia de una resistencia activa contra las dictaduras de España y Portugal. Esta acción tiene una gran repercusión internacional. La hazaña impacta la conciencia del antifranquismo, particularmente en el seno del movimiento libertario por formar parte del comando varios cenetistas. Pasados unos meses, en julio, los jóvenes nacionalistas vascos fundan el movimiento Euskadi Ta Askatasuna (ETA) e intentan sabotear la vía férrea cerca de San Sebastián. El 8 de agosto, El Campesino (el célebre comandante comunista de la Guerra civil) inicia una acción guerrillera, atacando con 13 hombres armados la central eléctrica de Irabia, en Orbaiceta.
Estas acciones confirman el resurgir de tendencias activistas hasta en los medios nacionalistas vascos y en los comunistas. Ante este panorama, el antifranquismo clásico comienza a tomar conciencia de su responsabilidad y de la urgencia de reaccionar. Comienzan a proliferar grupos denunciando el derrotismo del antifranquismo «oficial» y propugnando actitudes más combativas y unitarias. En el seno del Movimiento libertario exiliado comienzan también a oírse de más en más voces con propósitos unitarios y combativos. La militancia critica las posiciones inmovilistas de los comités y acaba poniendo en marcha una dinámica imparable en pro de la unidad confederal. Una dinámica que se concretiza en 1960, en el Primer Congreso intercontinental de Federaciones Locales de la CNT de España en el exilio, a través de una moción que permite dar un paso decisivo hacia la solución del cisma interno: «para no forzar la voluntad de nadie» y «con vistas a dar facilidades» se da «a cada Federación Local la autonomía de procedimientos para su liquidación».
Así, apoyándose en esta moción, los partidarios de la unidad confederal comienzan a hacerla efectiva en todas las Federaciones Locales en donde la corriente unitaria es mayoritaria y a concertarse para hacerla definitiva en el próximo comicio. La dinámica «pro unidad» se extiende rápidamente a toda la organización, y, aunque aún subsisten antagonismos en otras Federaciones Locales, esta voluntad de unión y de acción se afirma definitivamente en el congreso de la CNT que se celebra en la ciudad de Limoges del 26 de agosto al 3 de septiembre de 1961. A este congreso asiste una delegación directa del Comité nacional de la CNT del Interior ya reunificada.
La presencia de esta delegación, que se pronuncia firmemente por la continuación «de la acción revolucionaria», no es sólo decisiva para oficializar la reunificación del movimiento libertario en el Congreso sino también para que se apruebe ―en sesión reservada y por unanimidad― el dictamen sobre Defensa Interior. Este dictamen, elaborado por Germinal Esgleas, Vicente Llansola y Miguel Celma, propone la constitución de un organismo secreto para relanzar la lucha contra el régimen franquista y afirmar la presencia libertaria en España.
La «reunificación» y la aprobación de este Dictamen despiertan muchas expectativas en el seno de la militancia libertaria. Una buena parte de ella espera que ahora sí se dinamice la lucha contra el franquismo, y, desde finales de 1961, se crean comisiones para recoger fondos para el DI en las Federaciones Locales ya reunificadas. En cambio, el sector opuesto a la reunificación persiste en mantener vivos los conflictos personales que han impedido la reunificación en otras Federaciones Locales: sobre todo en las de Marsella y Venezuela.
A pesar de ello, y tras la aprobación del dictamen de Defensa Interior por la FAI y la FIJL, a principios del mes de enero de 1962 se reúne la Comisión de Defensa del MLE (integrada por los secretarios de la CNT, de la FAI y de la FIJL, más el secretario de coordinación de la CNT) para nombrar a los integrantes del DI. Cada organización presenta una lista y finalmente son nombrados los conocidos cenetistas Germinal Esgleas, Vicente Llansola, Cipriano Mera, Juan García Oliver, Acracio Ruiz y Juan Jimeno, y, en representación de las Juventudes Libertarias, me nombran a mi (Octavio Alberola).
Los nombres de los miembros del DI sólo debían ser conocidos, en principio, por los integrantes de la Comisión de Defensa; pero, dada la situación conflictiva en el Movimiento, sus nombres comenzaron a circular entre la base, comprometiendo su situación personal e inclusive las tareas que el DI debía realizar. Es verdad que, dadas las circunstancias por las que atravesaba el Movimiento, era importante que el DI estuviese integrado por militantes de sólido historial: no sólo porque era muy importante consolidar la unidad del Movimiento, sino también porque de poco podía servir el criterio de capacidad «técnica» después de más de veinte años de exilio.
Por eso, aunque a la base se le dijo que se les había nombrado porque «por su pasado revolucionario constituían una sólida garantía en cuanto a la seriedad de las tareas específicas que el DI debía realizar», la realidad es que habían sido nombrados más bien en tanto que «representantes» de las principales tendencias del Movimiento y para que estuviesen «representadas» las tres principales zonas del exilio: tres miembros por los libertarios exilados en Francia, dos por los de América, uno por los de África del Norte y otro por los de Inglaterra.
Dos meses después de haber sido nombrados, los miembros del DI se reúnen con la Comisión de Defensa en un pueblito de los alrededores de Toulouse. A esta reunión sólo ha faltado García Oliver, que ha enviado por escrito (a través mío) su punto de vista sobre la estrategia a seguir para alcanzar los objetivos que al DI se le fijaron. La mañana y la tarde son dedicadas a analizar la situación del Movimiento en el exilio y en el interior de España, así como el contexto político y social nacional e internacional. Esgleas plantea algunas divergencias de tipo ideológico y táctico, pero se aprueba la visión estratégica desarrollada por García Oliver en su escrito. En esta reunión, la Comisión de Defensa queda responsabilizada de aportar, a través de su secretario (el secretario de coordinación de la CNT), los fondos necesarios para sufragar las actividades del DI, que el Dictamen Defensa Interior había evaluado, para una primera fase, a diez millones de Francos (viejos).
Unos días después se reúnen de nuevo los seis miembros del DI, presentes en la primera reunión, para decidir ―en función de lo estipulado en el Dictamen Defensa Interior― el modo de funcionamiento del DI y evaluar las posibilidades humanas y materiales que el Movimiento podía ofrecer para aplicar el plan de acción aprobado. En esa reunión, Germinal Esgleas se propone para asumir la responsabilidad de la sección de propaganda y Vicente Llansola para preparar un atentado contra Franco. Los cuatro restantes quedamos encargados de preparar los grupos de acción, y yo, además, debo asegurar la coordinación entre los miembros del DI, así como entre las diferentes actividades... Esgleas recibe 100.000 francos (viejos), para comenzar a preparar las actividades de propaganda, y Llansola recibe un millón de francos (viejos), para organizar el atentado contra Franco. A los cinco miembros restantes se nos atribuyen, en principio, cinco millones de francos (viejos), para comenzar a preparar las actividades que se nos han encomendado; pero, de esta cantidad, el secretario de la Comisión de Defensa (Angel Carballeira) sólo nos entrega 500.000, en dos ocasiones. La razón argüida es que ha entregado todos los fondos a los «compañeros de España». Pero la verdadera razón es que Esgleas, al constatar la voluntad y empeño de los otros cinco miembros de cumplir los acuerdos y que el DI se le escapa de las manos, ha decidido impedir su puesta en marcha y, para ello, se vale de Carballeira. A esta labor obstruccionista se suma también LLansola y todo el sector opuesto a la reunificación de la CNT.
Al constatar tal propósito, los otros miembros del DI ―respaldados por el secretario del Comité Intercontinental (SI) de la CNT y el de la Comisión de Relaciones de la FIJL― deciden mantener el DI y seguir adelante con los planes de acción aprobados. El tiempo es un factor crucial para el relanzamiento de la lucha contra la dictadura franquista, y, por el momento, no se debe perder éste en denunciar orgánicamente a los que actúan de manera tan irresponsable. Hay que dejarlo para más tarde. Lo primero es «recordar» a la opinión pública nacional e internacional que, en España, hay una dictadura, que la represión continua y que en las cárceles hay todavía miles de presos políticos. Y, al mismo tiempo que se recuerda esto, hay que tratar de interesar a las otras fuerzas antifranquistas a sumarse a esta acción. Además, y puesto que Llansola se niega a informar sobre el «avance» de su misión, se decide asumir la preparación del atentado contra Franco...
La reactivación de las acciones resistenciales comienza el 5 de junio de ese mismo año con la explosión de dos bombas en Madrid, una en la Vicaría general castrense y otra en la Nunciatura. El 8 de junio, también en Madrid, estalla una bomba en el Banco Popular Español (Opus Dei). El l3 de junio estalla en Madrid una bomba en el Instituto de Previsión Social (Falange), y, el 30 de junio, en Barcelona, estallan bombas en la Residencia de Monterolas y en el Instituto Nacional de Previsión Social, así como en la Residencia de Falange. Todas estas acciones son reivindicadas por la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL). El 15 de julio estalla una bomba en el balcón de la Casa consistorial de Valencia, desde el que días antes Franco había pronunciado un discurso. El comunicado dice: «te seguimos los pasos». El 12 de agosto estalla una bomba en la Basílica del Valle de los Caídos, y el comunicado dice: «ni en tu tumba descansarás tranquilo». Estas dos acciones son reivindicadas por el DI y el MLE. El 19 de agosto, en San Sebastián, explosiona una fuerte carga de plástico cerca de la entrada del Palacio de Ayete, residencia estival de Franco. En la prensa se habla de una tentativa de atentado contra Franco. El comunicado dice: «la próxima ocasión será la buena». Ese mismo día, en Madrid, estallan bombas en las sedes de los diarios YA y PUEBLO. El 20 de agosto, en Barcelona, estallan bombas en las sedes de los diarios LA VANGUARDIA y ABC. El 23 de septiembre, en Roma, estallan dos bombas incendiarias en la Basílica de San Pedro, poco antes del Concilio Vaticano. El 7 de octubre, en Nueva York, estalla una bomba en la ventana de la residencia del Cardenal Spellman, gran amigo del régimen franquista. Las reivindicaciones enviadas a la prensa recuerdan el apoyo de la Iglesia a Franco. El 29 de septiembre, en Milán, es raptado el vicecónsul Elías para impedir la condena a muerte del estudiante libertario catalán Jorge Conill que había sido detenido unas semanas antes al mismo tiempo que otros jóvenes libertarios de Barcelona, Madrid, Zaragoza y Valladolid. Entre el 2 y el 3 de diciembre estallan bombas en la residencia del gobernador militar de San Sebastián, en el Palacio de Justicia de Valencia, en el Tribunal de Cuentas del Reino de Madrid y en el Palacio de Justicia de Lisboa, así como en el consulado español de Amsterdam. Estas acciones son reivindicadas por el Consejo Ibérico de Liberación (CIL).
En 1963, en Roma, estallan bombas en las oficinas de Iberia y en la Delegación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, con grandes inscripciones contra el turismo en España. Ese mismo día, en los aeropuertos de Las Palmas, Barcelona y Madrid son saboteados diversos aviones de Iberia y de Aviaco antes de despegar. El 16 de abril, en Valencia y en Alicante, estallan bombas en las oficinas de Iberia, así como en el barco Ciudad de Ibiza que llegaba al puerto de Barcelona. Las acciones de la campaña cpntre el turismo son reivindicadas por el CIL. Pocos días después son detenidos tres jóvenes estudiantes franceses. El 13 de junio, en los aeropuertos de Londres, Frankfort y Ginebra, estallan bombas en los aviones de Iberia y de la Tap antes de despegar. El 29 de julio, en Madrid, estalla una bomba en la Dirección General de Seguridad y poco después otra en la sede de los Sindicatos Verticales. El 1 de agosto, cerca de PortBou es saboteada la vía del ferrocarril de Barcelona a Perpiñán. El 2 de agosto, en la zona de Sabadell, se producen varios sabotajes en torres de conducción eléctrica. Al día siguiente, la Guardia Civil abate al célebre guerrillero libertario Ramón Vila Capdevila (Caraquemada). Ese mismo día, la prensa española da la noticia de la detención tres días antes en Madrid de los jóvenes libertarios Francisco Granado Gata y Joaquín Delgado Martínez, a quienes la policía franquista acusa de ser los responsables de los atentados del 29 de julio en esa ciudad. La prensa afirma que «ulteriores investigaciones descubrieron que poseían un arsenal compuesto por 20 kilos y 950 gramos de explosivo plástico, una ametralladora, cierta cantidad de balas y un radiotransmisor destinado a provocar explosiones a distancia por medio de onda corta.» (ABC, del 281963). En algunos comentarios de prensa posteriores se insinúa que ese material podía estar destinado a un atentado contra Franco en preparación.
El 13 de agosto por la tarde las agencias de prensa reciben un comunicado oficial informando de que Granado y Delgado han sido juzgados ese día por un Consejo de Guerra Sumarísimo («El proceso ha sido abierto sin previo aviso a la prensa, a las 8 de la mañana, y los debates han sido llevados con toda rapidez.» Le Monde, del 1481963) y que se les han impuesto condenas a muerte. Cuatro días más tarde, un nuevo y escueto comunicado oficial enviado a la prensa anuncia su ejecución.
La muerte de Caraquemada y luego la rápida ejecución de Granado y Delgado caen como un mazazo sobre los libertarios. No han podido organizar grandes manifestaciones de protesta ―como las que se organizaron en el caso del comunista Julián Grimau―, ya que se está en pleno mes de agosto, con más de media Europa de vacaciones... Además, las presiones de las autoridades francesas sobre el SI se vuelven imperativas y éste decide suspender la ayuda económica al DI para paralizar «provisoriamente» sus acciones. En tales condiciones, el DI se ve en la imposibilidad de reaccionar, como se hizo en el caso Conill, y ni siquiera puede tomar las medidas de seguridad que la situación exige, pues se tiene conciencia de que la represión no se ejercerá exclusivamente en España.
Efectivamente, el 11 de septiembre, apenas terminado el periodo vacacional, las autoridades francesas inician una redada de detenciones contra responsables y militantes conocidos de la FIJL en todo el territorio francés. Son detenidos más de sesenta jóvenes libertarios y dos viejos compañeros de la CNT, Cipriano Mera y José Pascual, cuya vinculación con el DI es «conocida». La mayoría de los detenidos recupera la libertad pocos días después; pero 21 quedan en prisión bajo la acusación de «asociación de malhechores». Cipriano Mera es dejado en libertad gracias a su avanzada edad y estado de salud. El objetivo de esta medida represiva es evidente para todos: satisfacer las exigencias franquistas y ejercer presión sobre la CNT, que debe celebrar en el mes de octubre un congreso en Toulouse, para que abandone la línea de acción aprobada en 1961 y ponga fin al DI. Prueba de ello es que, una vez terminado el Congreso y al quedar el SI en manos del sector opuesto al DI, las autoridades francesas proceden a liberar a uno tras otro a los jóvenes libertarios detenidos y a José Pascual, sin que en ningún momento hayan sido objeto de una verdadera instrucción judicial.
La represión en España y Francia y el obstruccionismo del sector confederal inmovilista logran su objetivo, parar la acción del DI; pero no su continuidad orgánica... El sector inmovilista, con Esgleas a la cabeza, ha aprovechado la ocasión para retomar las riendas de la CNT y de la Comisión de Defensa en el congreso ―que las autoridades franceses no suspenden―, y dejar al DI definitivamente sin recursos para actuar; pero no ha podido impedir que las delegaciones asistentes al congreso aprueben la gestión del DI y, en consecuencia, su continuidad... La explicación es simple: ni Esgleas ni Llansola han informado, antes o en el curso del congreso, de que son dimisionarios del DI y de que han sido impugnados por los otros miembros de este organismo.
El hecho es que en el congreso se han tomado dos decisiones contradictorias: aprobación de la gestión del DI y nombramiento, para los cargos del SI, de Esgleas y Llansola que, además de ser dimisionarios del DI, están impugnados por los otros miembros de este organismo.
El problema orgánico es pues serio, ya que Esgleas y Llansola han dimitido por estar opuestos a la continuidad del DI y han recibido como mandato del Congreso el de proseguir cumplimentando el dictamen «Defensa Interior». Pero ni el uno ni el otro reconocen esta incompatibilidad, sino que, al contrario, se apresuran a tomar posesión de sus cargos en el SI para controlar el funcionamiento de la organización confederal e impedir que la impugnación contra ellos sea debatida. De ahí que dedique todos sus esfuerzos y gestión ―que, con diferentes excusas, prolongan de un año― a «justificar» sus dimisiones y el incumplimiento de las misiones que se habían auto asignado en el DI. Además, por supuesto, de seguir exacerbando el enfrentamiento interno para «justificar» el incumplimiento del acuerdo del congreso de continuidad del organismo conspirativo y preparar su entierro «orgánico».
El entierro del di y el relevo juvenil
Este entierro se produce en el Congreso de Montpellier que, por fin, comienza el 31 de julio de 1965 cuando Esgleas está seguro de contar con un número suficiente de delegados, de pequeñas Federaciones Locales adictas, para disponer de una mayoría de votos. Para ello no ha dudado en realizar una intensa campaña electoral (una de las curiosas innovaciones introducidas en los medios libertarios por el esgleísmo) centrada en la «salvación de la Organización», además de asegurarles, a las delegaciones afines, los gastos de desplazamiento y estancia (otra innovación esgleísta). El hecho de haber escogido Montpellier como sede del congreso es porque esa región y la de la cercana Provenza estaban controladas por sus afines.
Desde la primera sesión comienzan los enfrentamientos para nombrar la Comisión de Escrutinio y la Presidencia del congreso. Para les delegaciones esgleístas, la única posibilidad de salvación del anarquismo español es el «purismo» ideológico que encarna Esgleas y la aplicación de «reglas sanitarias, higiénicas, definitivas, contundentes» para expulsar del movimiento a todo militante que no esté de acuerdo con esta línea. Para las otras delegaciones, tanto para las que defienden al DI como para las que simplemente no aceptan la ortodoxia e inmovilismo esgleísta, el anarquismo no debe ser sectario y su futuro depende, precisamente, de su capacidad de actuación en el contexto político y social de su época.
El enfrentamiento es cada vez más virulento, y tras apoderarse de la Presidencia del congreso y de la Comisión de Escrutinio, los esgleístas dedican las primeras sesiones a la eliminación de delegados que habían sido ya objeto de las «reglas sanitarias» (expulsiones) en ciertas federaciones locales y regionales por ellos controladas, y que el SI esgleísta había propiciado. En buen conocedor del estado de ánimo de la organización y de la mecánica orgánica, Esgleas había dejado podrir estos conflictos locales y regionales para que el congreso se desarrollase en un clima de enfrentamiento tal que toda posibilidad de analizar serenamente esos casos y el de la impugnación fuese imposible. Esgleas sabe que su mantenimiento en los cargos (retribuidos) de la Organización depende de ello, y a conseguir tal objetivo dedica todo su tiempo y energía, sin ningún escrúpulo ni problema de conciencia. De ahí que llegue hasta a la ruptura con la organización juvenil (la FIJL) cuando ésta le exige, en la Comisión de Defensa, que él y Llansola den cuentas de su dimisión del DI y pongan sus cargos, en el SI, a disposición de la Organización mientras se estudia y se resuelve la impugnación por incompatibilidad. Y no sólo rompe con la FIJL, sino que utiliza esta ruptura, con los jóvenes, que propician y reclaman el rejuvenecimiento y puesta al día del Movimiento, para presentarse en defensor intransigente de la trilogía «principios, tácticas y finalidades», que sirve de tapadera ideológica a los que siguen viviendo en el pasado y en el inmovilismo. Esgleas sabe que a estos militantes les arregla este simplismo ideológico y el inmovilismo que él encarna, pues el envejecimiento y los muchos años de exilio les han acostumbrado a una militancia poco comprometedora. Por ello, para conservar su cargo, se permite toda clase de manejos y actitudes impropias de libertarios. Así, al comienzo de su informe al congreso, Esgleas se permite decir que todo ataque contra el SI es un ataque contra la CNT («De todo lo que se hace y se dice en contra de un Secretariado Intercontinental no es el SI finalmente el perjudicado, sino toda la Confederación Nacional del Trabajo, todo el pueblo español.»). Y más adelante, para justificar el por qué, pese a estar impugnado, había aceptado hacerse cargo del SI, no tiene ningún empacho en presentarse en defensor de la independencia de la CNT.
En su informe al congreso, Esgleas dice
[...] En todo momento hemos querido mantener la independencia de la CNT, la hemos mantenido y la hemos defendido, se defenderá siempre que se atente contra ella, venga este atentado de donde viniere. Cuando antes de tomar posesión de nuestros cargos se nos hace la guerra por el hecho de haber aceptado; cuando casi tres meses después del Congreso de 1963, nos viene una representación ―que no era de la CNT― a rogarnos «muy fraternalmente», según ellos, que no tomáramos posesión de los cargos hasta que ciertas cosas fueran aclaradas, cosas ignoradas por este Secretariado, pensamos y les dijimos que no podíamos aceptar esta imposición. Y en virtud de ese concepto obramos y se ajustó nuestra conducta. No puede admitirse otra cosa para no sentar el precedente de que unos compañeros nombrados en un Congreso dejen de ocupar sus puestos por el veto que ponga una organización ajena [...].
¡Esta organización «ajena» era la FIJL, que con la CNT y la FAI integraban la Comisión de Defensa del MLE que había nombrado a los miembros del DI, y ante la cual había sido presentada la impugnación contra Esgleas y Llansola por los otros miembros del DI que continuaban en sus puestos!
Claro es que a las delegaciones esgleístas les importaba muy poco lo insuficiente de esta «explicación», pues habían venido al Congreso decididas a imponer la orientación esgleísta aunque fuese a costa de dividir una vez más a la CNT y al MLE.
El día 5 de agosto por la tarde, después de cinco días de agrios y violentos debates, comienza la primera «sesión reservada» dedicada a la elucidación del llamado «problema interno». A ésta siguen cinco más; pero, a pesar de que se deja hablar a los impugnadores, las delegaciones esgleístas permanecen sordas a sus argumentos. Para ellas, como para Esgleas y Llansola, no era incompatible haber dimitido del organismo conspirativo y haber aceptado después, en el Congreso de 1963, los cargos del SI a pesar de que éste había aprobado la gestión y la continuidad del DI. Como tampoco consideraban grave no haber hecho absolutamente nada, durante su año y medio de gestión al frente del SI, para cumplimentar este acuerdo o para denunciarlo...
El hecho es que la «mayoría» esgleísta termina la quinta «sesión reservada» aprobando, en medio de gritos, insultos y amenazas, una resolución de circunstancias que, tras ratificar su confianza a los impugnados (Esgleas y Llansola) «no aplica sanciones» a los impugnadores (Mera y Alberola). En un ambiente tan enrarecido, y al oponerse los esgleístas a reconsiderar esta moción, todas las delegaciones que no quieren caucionar un tal proceder se retiran del Congreso.
Así, ya sin oposición y para que el DI quede definitivamente enterrado, Esgleas hace aprobar la anulación del dictamen de «Acción directa y revolucionaria» aprobado en 1961, que él y sus incondicionales, Llansola y Celma, habían elaborado.
Pero lo que los esgleístas entierran en Montpellier no es tanto el DI como la voluntad de transformar en acción. los acuerdos de lucha contra la dictadura franquista. Por eso, después de Montpellier, la CNT y la FAI vuelven a instalarse en la rutina de aprobar y ratificar acuerdos, en la demagogia y el inmovilismo de antes.
Años después, en su libro de memorias El eco de los pasos, Juan García Oliver escribió lo que sigue:
«El DI, que agrupó a unos muy viejos militantes de probado historial revolucionario, con otros jóvenes e inteligentes miembros de las juventudes, realizó una acción de seis meses de duración. Fueron, al parecer, solamente seis meses de acción conjunta del DI, brazo armado de la Organización. Hubiese sido menester, por lo menos, un año más para poder terminar la obra emprendida, que no era otra que acabar, a como diese lugar, con la dictadura en España. Desgraciadamente era una lucha que reclamaba la aportación abundante de medios económicos. Ricos siempre de hombres luchadores, pobres siempre en medios económicos, hubieron de suspender la empresa de la liberación de España. Sin embargo, aquella fue la única vez que la Organización se enfrentó con la Dictadura. Y la única también que una organización española, antes de la ETA, emprendiera una lucha colectiva contra el franquismo organizado. Se hizo la unidad, se creó el DI, se luchó incipientemente y cuando debía darse un salto más fuerte correspondiendo a la lógica superación de una primera etapa de ensayo, se acabó todo : hasta la unidad, porque otra vez aparecieron las disensiones, las divergencias y las incompatibilidades.
Por supuesto, terminado el vergonzoso congreso de Montpellier, que puso en evidencia la esterilidad de la lucha contra la gerontocracia libertaria exiliada, la FIJL abandonó definitivamente la Comisión de Defensa del MLE y decidió continuar la lucha activa contra el franquismo iniciada por el DI.
Comenzó entonces una nueva etapa en la que los jóvenes libertarios lograron, tras las espectaculares acciones del Grupo Primero de Mayo, no sólo poner en jaque al régimen franquista, sino reactualizar el antiautoritarismo que dio, al Mayo del 68, su radicalidad libertaria.

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